Paradoja de Teseo

Piensa que tienes un barco al que periódicamente tienes que ir cambiándole tablas viejas y gastadas por tablones nuevos, para mantenerlo en desempeño. Después de numerosos años de uso ¿sigues teniendo el mismo barco, más allá de haber reemplazado todas sus partes una a una? Esta pregunta se la hicieron los filósofos hace siglos, dando lugar a la Paradoja de Teseo. Hablamos de un inconveniente atrayente, más que nada cuando lo aplicamos a los seres vivos. Los humanos, entre otras cosas, reemplazamos todas nuestras células cada diez años. Este desarrollo ¿nos transforma en personas novedosas?
Muchas de las cuestiones filosóficas más atrayentes tienen cientos de años de antigüedad. Los filósofos griegos, entre otras cosas, se encargaron de enunciar paradojas que 20 o 25 siglos después todavía nos hacen dudar de nuestras convicciones. La Paradoja de Teseo es una de ellas. Hay una leyenda griega, obtenida por Plutarco, donde puede leerse:
El barco en el cual volvieron desde Creta Teseo y los adolescentes de Atenas poseía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde la etapa de Demetrio de Falero, puesto que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas novedosas y más resistentes, tal es así que este barco se había convertido en un caso de muestra entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.
Dicho con otras palabras: ¿Estamos en presencia del mismo barco si se han reemplazado todas sus partes una a una? Puede que la respuesta al enigma se esconda detrás de la definición que adoptemos para “lo mismo”. Algunas veces pensamos que las cosas tienen la posibilidad de ser cualitativamente iguales solo por el hecho de tener las mismas caracteristicas, y otras que son numéricamente las mismas por el hecho de ser de una clase.
Entre otras cosas, piensa que tienes dos esferas que se ven idénticas. Puedes tener en cuenta que son cualitativamente (aunque no numéricamente) la misma. Si pintas una de ellas de un color diferente, está seria numéricamente la misma que antes, pero por el momento no sería cualitativamente igual a su pareja.
Con ese argumento, el barco de Teseo es cualitativamente (pero no numéricamente) diferente en el instante en que uno empieza con las refacciones. El inconveniente es que si construimos nuestra definición de identidad y la hacemos lo bastante extensa, la identidad cualitativa colapsa en la identidad numérica. Si una de las características importantes de las esferas del ejemplo fuese su localidad espacio-temporal, entonces no existirán dos que -encontrándose en diferentes sitios y tiempos- logren ser en algún momento cualitativamente idénticas. Esta racionalización no hace, desde luego, que uno deje de reflexionar sobre en que instante el barco de Teseo ya no es “el barco de Teseo” para transformarse en su reemplazo. Pero hay una vuelta de tuerca más para esta cuestión.
Imaginemos que a lo largo de las reparaciones efectuadas al navío original, los obreros encargados de la labor van guardando todas las piezas viejas que quitan del barco. Después de un tiempo más o menos extenso, todo va a existir sido reemplazado y sus dueños (y nosotros) se preguntarán si es o no el mismo barco. Pero ¿que pasaría si los operarios utilizasen las tablas viejas para crear de nuevo el barco? ¿Seria el barco de esta forma constituido el “barco de Teseo”? Puede que haya argumentos válidos para tener en cuenta que uno, otro los dos o ninguno son el barco “original”.
Hay planteos de esta clase que son muy más mundanos que el inconveniente del barco. El popular pensador inglés, considerado como el padre del empirismo y del liberalismo moderno, John Locke, se preguntaba si a un calcetín que le ha salido un agujero le demostramos nuestro aprecio remendándolo todavía es el mismo luego de esa operación. todo el planeta responderá que si, que acertadamente se habla del mismo calcetín de siempre, aunque remendando.
Si le regresa a salir otro agujero y lo volvemos a remendar, lógicamente el calcetín va a seguir siendo el mismo, y si seguimos con esta labor siempre que el calcetín nos vuelva a enseñar sus tripas, en algún momento vamos a tener uno que no mantenga nada de su material original. ¿Sigue el calcetín siendo el mismo? ¿En qué instante deja el calcetín de ser el original?
En una manera más general, la cuestión se ve ser si a un elemento se le sustituyen cada una de sus piezas ¿sigue siendo el mismo? Salvando las distancias -temporales y de las otras- que lo separan de los pensadores griegos, tenemos la posibilidad de usar un pasaje de un libro de Deepak Chopra para ver la trascendencia que tiene la posibilidad de tener una cuestión aparentemente trivial como la Paradoja de Teseo:
Con cada respiración inhalamos cientos de millones de átomos que a la postre acaban como células del corazón, células de los riñones, células del cerebro y de esta forma sucesivamente. Con cada respiración exhalamos extractos y trozos de nuestros tejidos y órganos, y los intercambiamos con la atmósfera de este planeta. Los estudios del isótopo radiactivo detallan que el cuerpo reemplaza el 98 por 100 de todos sus átomos en menos de un año. El cuerpo hace un nuevo recubrimiento del estómago cada cinco días, una exclusiva piel una vez al mes, un nuevo hígado cada seis semanas, y un nuevo esqueleto cada tres meses. Inclusive nuestro ADN, el material genético que mantiene memorias de cientos de millones de años de evolución, no es el mismo que teníamos hace seis semanas. De forma que si piensas que eres tu cuerpo físico, ¿de qué cuerpo estás comentando? El cuerpo que tienes hoy no es el mismo que tenías hace tres meses.
Si a un individuo se le sustituyen cada una de sus piezas ¿sigue siendo la misma?
La controversia está servida. La persona que está escribiendo este texto no es (o por lo menos, no es así su cuerpo) la misma que hace 45 años aprendía a andar en bicicleta en una granja. Y esa tampoco fue la misma que 25 años después pasaría las tardes sentada frente a un Commodore 64. Por otro lado, todos mis amigos siguen reconociéndome como el mismo (aunque mas gordo y con menos pelo). En algún instante del futuro, a lo mejor dentro de este mismo siglo, encontremos la forma de sustituir cada parte de nuestro cuerpo, o inclusive de transladar nuestra cabeza a un PC. ¿Seremos realmente inmortales, o sencillamente un grupo de asesinos que “mata” una edición de si mismos para reencarnarse en otra?
De alguna forma, la “suave transición” que implicaría sustituir todas nuestras células por una exclusiva, por medio de un desarrollo que demande numerosos meses, no se ve plantear inconvenientes de si seguimos o no siendo la misma persona. Pero si ese desarrollo se realizase en un momento muy reducido, varios pensaríamos que fuimos cambiados.
Como todas las paradojas, la del Barco de Teseo nos pone a reflexionar. Raramente, una cuestión planteada hace siglos podría tener más adelante una enorme consideración. Si un millonario del sigo XXII a los 100 años se somete a una terapia de reemplazo celular que le brinda un nuevo cuerpo sano y rozagante ¿sus herederos van a tener fundamentos para asegurar que su familiar ha muerto y reclamar ya mismo sus bienes? ¿O todavía es el mismo, y tiene derecho a disfrutar de la vida con su fortuna y cuerpo nuevo? Indudablemente las leyes irán modificando con el tiempo para contemplar estas cuestiones, pero sin lugar a dudas nos esperan debates atrayentes. Y tú ¿que opinas?
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